martes, 6 de octubre de 2009

LA PEQUEÑA VIAJERA


Mi infancia,discurría placentera  al igual que las aguas cristalinas del humilde
riachuelo lo hace impregnando la campiña en la fiesta de la primavera.
Vivíamos en una casa muy grande que mis abuelos maternos compraron para los dos únicos hijos que les quedaban de los cuatro que habían tenido.
No es que fueran pudientes ni mucho menos ya que mi abuelo pastoreaba 
rebaños de un rico hacendado y  podéis imaginar el sueldo tan mezquino
que le darían en aquellos tiempos de tanta ruindad; mas... lo que le hizo a mi
abuelo medrar un poco fue: que el amo le regaló  un par de reses cuando entró a trabajar con él;  que fueron pariendo y poco a poco se hizo con un
pequeño rebaño que cada primavera se veía aumentado para el regocijo del
matrimonio, que guardó todas aquellas ganancias escatimando lo habido y por haber sin salirse nunca de la raya para tener algo decente que dejarles a los hijos. Cuando mi abuelo dejo de trabajar, la casa donde ellos vivían y la
que habían comprado después, las echaron a suerte con la condición que al
que le tocara  la suya, tendrían el gravamen de de tenerlos a ellos allí, hasta
 que cerraran el ojo como solía decir jocosamente mi abuela Juliana.
Y así sucedió, cuando mi abuelo Lucio murió,mi madre quiso llevarse a mi abuela a nuestra casa que era tan suya como la otra y mucho más grande
que aquella, pero ella se negó con rotundidad diciendo:  que no iba a salir de
su casa mientras no la sacaran con los pies por delante de hecho, cuando 
hubo que ponerla a meses para cuidarla, el mes que la tocaba en mi casa se
iba acostar a la suya y no hubo quien la apeara del burro; y en el periodo que
estuvo postrada en cama hasta su final mi madre tenía que estar cuidándola
y todos nosotros visitándola en una casa que por circunstancias que no creo  venga a colación, no éramos muy bien recibidos; Yo, contaba con trece años
cuando mi tozuda abuelita expiró y aún me recuerdo vestida de luto riguroso
en el verano del 1961.
Mi casa, era grande como la de los ricos pero a nosotros nos faltaban las
perras para ser como ellos;  mas ... tampoco nos importaba tanto, ya que en
ella había vida, no se si buena o mala pues siempre estaba llena de gente
forastera y los de casa que éramos siete fijos.Recuerdo decir a mi madre más
ancha que larga: Esta casa parece una fonda, antes de irse unos huéspedes
ya tenemos a otros esperando en la puerta.Aquello, no nos reportaba un real
pero la felicidad la teníamos asegurada agasajando a nuestros amigos con
los humildes manjares que teníamos al alcance de nuestros desmejorados
bolsillos.
Disponíamos de siete habitaciones pero una, había sido condenada a ser,
leñera y gallinero, un gran corral, cuadra para las caballerías, una zahurda 
para los guarros, un cuerpo de  casa muy grande por donde se accedía a los
dormitorios, un portal empredado con piedras de río y refrigerado en la época
estival, cocina_comedor y una estancia que llamábamos el cocedero con un
horno donde se cocía el pan y se hacían dulces. En la parte de las cuadras,
había una puerta trasera que daba a otra calle haciendo esquina y que mi
abuela con chanza hacía alusión a ella; decía: casa de dos puertas, mala de
guardar; y así sucedía con la mía, pues cuando se nos imponía algún castigo
a alguno de nosotros, la puerta falsa como se la denominaba cariñosamente,
era la solución para zafarse de cualquier cumplimiento de la pena que nos
hubiera sido impuesta por algún pequeño desliz.
Con aquel trasiego de forasteros de toda casta y religión, que deambulaba en
torno a mi familia, yo, empecé a pensar en los viajes y de como disfrutaría con
el turismo visitando a nuestros amigos en sus respectivos pueblos, a la vez
que agrandaría mis conocimientos con el entorno y el trato con gentes de otros lugares ya que era tildada por todos de astuta y avispada a pesar de mi
corta edad. Y haciendo uso de las artimañas de las que era acreedora. Fui
tejiendo la tela con la que envolví a todos y cada uno de nuestros huéspedes
y en poco tiempo los tuve comiendo de mi mano.
Tengo que decir para quitarme un poco de melaza, que la atracción por mi,
 fue... que yo era la más  pequeña de todas las familias que nos frecuentaban 
y la de todos los amigos y parientes, de ahí el éxito que me atribuyo como si
realmente fuera mío.
Lo que más alborotaba nuestro hogar era,  cuando llegaban las fiestas y la  casa hervía con el bullicio de los jóvenes forasteros que llegaban con sus
mejores galas a dar rienda suelta a su desbocada juventud, que en esos días
de desenfadado asueto les iban a dejar un cierto regusto de frescos amoríos,
hasta las próximas celebraciones que tal vez tardaran demasiado tiempo en
volver a producirse; ya que por entonces no había para tanto jolgorio y tanta
 francachela como se da en estos nuevos tiempos; ! ojala ! no se pierda esta martingala por el bien o el mal de todos ya que nunca se sabe, si las cosas
se producen en un sentido o en otro; en fin mañana será otro día y verán los
tuertos los espárragos como decía mi abuela.
Como bien dije anteriormente mi casa era una pensión dispuesta a todo el
que tuviera a bien visitarnos y por aquellos tiempos se había empezado a
llevar la cultura ambulante a los más recónditos lugares de nuestra geografía,
para el disfrute de chicos y grandes.
Los espectáculos tenían lugar en las plazas de los pueblos o bien si éstas
eran angosta se celebraban en alguna calle amplia para poder dar cabida
a mayor cantidad de gente y así poder contentar a toda la plebe que deseara
asistir y a los titiriteros que a más aforo mas sustanciosas serían sus ganancias.
Nada más llegaba la caravana de los títeres al pueblo todo el mundo se 
revolucionaba, los niños atisbando los enseres con la boca abierta no había manera de encarrilarlos hacia su casa por más que fueran requeridos para
hacerlo. En el ayuntamiento todo se ponía en marcha para publicitar el
venturoso acontecimiento saliendo antes y con antes el vocero o alguacil
con el correspondiente bando entre sus manos y los pulmones bien oxigenados a dar parte de aquel inusual acontecimiento por calles, plazas
y plazoletas de aquel insigne lugar. Poco a poco los lugareños iban oyendo
la noticia y cada cual se iba haciendo sus cábalas, de que día podrían asistir
ya que estarían allí unos cuantos.
A la caída de la tarde  era curioso ver a aquellos que estaban predestinados
a ir a la función con las sillas a cuestas para coger sitio; se las dejaban allí
puestas y se marchaban a cenar para luego ir a ocuparlas. En mi pueblo recuerdo que la plaza  como era muy pequeña y con unas cuestas muy raras; se hacían los teatros en una avenida muy ancha que se llama: lejío 
porque estaba muy lejos de la plaza y  curiosamente muy cerca de mi casa así pues, nosotros éramos asiduos a las farándulas sobre todo mi
padre y yo, mi padre,ya que me tenía que llevar a mi forzosamente, pues si  
no armaba las de Caín ya que era muy farandulera como en casa me decían y aun hoy lo sigo siendo.

Autora: ( Bruma )


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