martes, 6 de octubre de 2009

UNA PRIMA SINGULAR

 Teodosio, había nacido en un pequeño pueblo de una comarca extremeña
alejado de toda civilización, en un hogar muy humilde pero armonioso en
lo concerniente a sus miembros dado el amor que todos ellos se profesaban.
El, era, el Benjamín de los cinco vástagos que había traído al mundo esta
sencilla pareja que se esforzaba en dar mimos y amor a los hijos, ya que de 
 cosas materiales podían darles solamente lo más básico.
Cuando nació Teodosio, todo aparentaba ser normal en su formación física,
pero cuando el pequeño iba despertando en su desarrollo intelectual su
madurez, no llegaba a la plenitud requerida en una existencia plena para
 poder ser en su día independiente de los padres.
El pequeño Teodosio, fue criado entre algodones, y colmado de mimos por
todos los miembros del clan familiar que se afanaban porque al niño no le
faltase de nada, en una aldea  chismosa y maledicente, con poca educación
 y muy escasos conocimientos culturales.
El chico, tenía ya, cuerpo de hombre; pero, era el Cándido de Voltaire con
un alma grande y los buenos  deseos de congraciarse con todo el mundo.
Este muchacho era, hermano de mi padre y su preferido ya que le antecedía
a él y fueron muy buenos compañeros de juegos a la vez que uña y carne
como hermanos, ya que todo lo hacían juntos.
Mis abuelos murieron, al terminar la guerra, dejando huérfano a su benjamín,
al cuidado de los hermanos, que ya tenían cada uno, su propia familia.
Había pasado un tiempo, y Teodosio tenía ya, cierta edad,  para considerarle
un solterón, como antes solía decirse de los mozos ya, talluditos y sin novia,
no deseable ni tampoco muy deseado por nadie, como para que algún día
se produjera una sorpresa y dejara la soltería aparcada en el baúl de los 
años,  cosa que a él, parecía tenerle sin cuidado.
Pero...Un buen día,no se los años que yo, podría tener pero era,muy peque_
ñaja; noté que mis padres, estaban muy preocupados y tristes, cosa que era
inusual en ellos, hablando con mucho sigilo para que, no pudiera enterarme 
 de lo que había sucedido; pero yo, como un perrillo sabueso, fui atando
 cabos y al final, llegué a la conclusión, de que era mi tío Teodosio el
 protagonista de aquel triste misterio, y nadie quería que llegase a mis oídos.
Lo sucedido fue, que unos cuantos gamberros,habían gastado a mi tío una
broma de muy mal gusto, casándole de forma grotesca, con una mujer a la
que no conocía. El malestar y la pena que se palpaba en el ambiente de mi casa,no eran, con mi pobre tío si no las circunstancias que le habían llevado
a tal situación, víctima de una trama urdida a espaldas de todos nosotros y
de los propios afectados, estos dos ingenuos inocentes.
A veces, la crueldad de nuestros semejantes con los más desvalidos, suele ser, muy poco piadosa y la mofa y el escarnio que se hace de ellos, llega 
 a términos altamente repugnantes y con mi tío, se despacharon con creces.
 De sobra, sabían los malditos, que su perversidad iba a quedar  impune
 ya que los agredidos, no pertenecían al club de la depravación, e ignoraban
! bendita su ignorancia ! la maldad que se solapa bajo la  apariencia del ser ... ¿ humano...?.
En la burda trama conspiraron: Algunos desvergonzados mozalbetes y unos
cuantos casados indecorosos, que llevaron a mi tío engañado a una finca
de mis padres, diciéndole que mi padre le necesitaba y que iban ellos a
 acompañarle para que no fuera solo: mas... aquel día, no había nadie de mi
familia en la finca.Y lo mismo, hicieron con Petra, otra cándida como mi tío.
Y una vez consumada la encerrona, estas dos almas cándidas, fueron 
presentadas como futuros novios, sin atreverse a rechistar a  los fascinerosos 
¿ qué otra cosa podían haber dicho estos dos inocentes ? Pues, decir a todo que si.
Organizaron, una irreverente ceremonia, uno, se disfrazó de cura y otros dos,
se encargaron de sujetar un aparejo, que hacia las veces de misal y al
hisopo lo sustituyeron, por un manojo de cardos borriqueros , todo muy 
adecuado pero faltaban los bozales para los borricos que lo eran y muy 
mucho los zotes pensadores, de aquella indigna función teatral.
 Acabada la malévola representación, fueron conminados, a yacer juntos; no 
recuerdo nada de lo acontecido aquella noche, supongo que aquellos datos
debieron omitirse en mi presencia dada mi corta edad, aunque de haberlo sabido, quizá no hubiera tenido el valor de sacar a la luz la intimidad de 
estos dos castos corazones; mas..de lo que si puedo estar segura es, de que 
aquellos crueles inhumanos, se encargaron de pregonarlo a voz en grito, por 
todos los rincones de mi pueblo y también de los alrededores.
! Ojala ! que este atajo de descastados, hayan purgado de alguna forma su
castigo, yo, los he condenado desde el mismo momento que empecé a discernir el bien del mal, y desde estas lineas, quiero trasladar a estas dos
almas, mi gran respeto puesto que ya no se encuentran  en el mundo de los
vivos.Después de aquel desventurado día, cada uno, se volvió a su casa... A veces el mal hace que renazca el bien y entre Petra y Teodosio, empezó a
florecer, un noviazgo que terminó en boda,esta vez de verdad como mandan
los cánones: por amor; y he aquí de que manera tan poco fina, se aliaron los
astros del Universo,para que pudieran saber estos desconocidos, que estaban hechos el uno para el otro, en esos atribulados momentos de su
boda ficticia, ya que ninguno, sabía de la existencia del otro, y de no haber
sido por aquella conjura, sus vidas hubieran transcurrido en paralelo sin 
haberse conocido. Y por lo tanto, esta historia no hubiera tenido lugar por
la falta de  protagonistas.
Este amor, brotó en poco tiempo llegando al mundo, un pequeño retoño
al que llamaron Leandra; con esto y con la ayuda de la familia,todo iba sobre
ruedas ya que la felicidad reinaba en aquella casa, con las risas de la niña.
Pero...Pocos meses después,el infortunio,se presentó de improviso,cortando
de cuajo,la dicha de la pareja a causa de una virulenta poliomelitis sufrida
por la pequeña Leandra,que se vió afectada en ambas piernas.
 Por causa de la enfermedad de la niña, la familia, se vio desbordada ya que
de ella dependía la gobernabilidad de aquella nave, que había empezado
a hacer aguas;  ya que los médicos, aconsejaban, su traslado a un hospital
para que pudiera recibir el adecuado tratamiento y los padres, no estaban
capacitados para encargarse de dicho asunto; tendrían que ser, los tíos 
quienes se encargaran de irse con la niña a Madrid, una larga temporada
sin fecha para el regreso.
Se convocó, una reunión de familia, en la que cada cual, argumentaba algún
pretexto para quedarse... Tuvo que ser, mi madre que no era su tía carnal,
quien agarró al toro por los cuernos y se encaminó con aquella angelical
criatura hacia la capital, para que fuera atendida como Dios manda y como
la dictaba, su generoso corazón.
La niña y mi madre se alojaron, en la casa de una prima lejana suya sita en
el barrio de Moratalaz, que tenía tres hijos ya mayores y en poco tiempo, la
pequeña Leandra,se había metido en el bolsillo, a los cinco miembros del
clan familiar que la consideraban ya, como una más de la casa; era, según
mi madre, el amor y el cariño que la habían cogido; que tan sólo pensar que
se marcharía de su lado  se les hacía insoportable de tal forma  que 
pensaron proponerles a los padres, quedarse con ella, para criársela y darla 
una buena educación y todo ello, pensando más en el mañana de la niña 
que en el goce de ellos, que sería mucho, poderla tener cerca y colmarla de mimos y caricias, viéndola progresar a su lado.
Cuando mis tíos recibieron esta petición desde Madrid, la respuesta, no fue
meditada; de inmediato, mandaron una misiva que llevaba un no como una casa diciendo: Que su niña, no se quedaba nadie con ella que tenía padre
y madre y exigieron la vuelta de inmediato a pesar de que los médicos aún
no habían terminado con los tratamientos pendientes, para su posible 
recuperación; mi madre, se hizo la remolona un tiempo por el bien de la 
niña, pero la insistencia de los padres, las hicieron volver antes de tiempo
y con Leandra, sin estar lista, ya que tenía que haber sido operada de sus
piernas, para que la cojera fuera lo más leve posible; pero el amor de los
padres, pudo más que su sensatez , carentes de la dura realidad con la
 que se enfrentaban ellos y su pequeña; ya que a pesar del tesón y la impotencia de mi madre, Leandra, llegó al pueblo, dispuesta a arrastrar una
cojera profunda, para el resto de su vida.
El rechazo del acogimiento de la niña a los primos de mi madre, no fue
motivo para que éstos desistieran de su ofrecimiento en varias ocasiones,
dado el cariño que sentían por la pequeña, ya que imaginaban, que si perdía ese tren, no pararía otro para ella, en aquel apartado pueblo de escasa
civilización y al lado de unos padres,  que, iban a quererla mucho pero que
jamás podrían abrirla un buen camino para su futuro.
El celo vigilante de mis padres para que la niña tuviera las necesidades
básicas cubiertas, se vió ensombrecido por la carencia de resultados; el
estancamiento, fisico e intelectual, se había instalado en Leandrita con
 escasos resultados a pesar del empeño que le ponían sus progenitores, y
demás miembros de la familia; pero, es que cada cual, tenía en su casa un
sin fin de problemas y la casa de mis tíos, necesitaba ayuda a todas las 
del día y... también de la noche.
Mis padres, no veían salida para la niña si seguía en aquella casa por ello, varias veces más,  volvieron a recomendar, que encomendaran a la niña a sus padrinos de Madrid, para que pudiera ser tratada de su enfermedad
y fuera operada de sus maltrechas piernas,  pero todo ruego, resultó inútil
a los oídos de mis tíos, que seguían estando en pie de guerra.
Por todos los esfuerzos de mi madre, al querer lo mejor para la pequeña
Leandra, se vió convertida en la bruja mala del cuento, llegando a ser,
rechazada por mis tíos, cada vez que se presentaba en su casa; la gente del
pueblo, se encargó de hacer una gran campaña abonada en contra, de los
que abogaban por un destino más dichoso para ella, ya que en vez de resaltar lo bueno que podía sucederla en aquella casa, los demonizaban, 
conque se la querían quitar para siempre y pesaba más la balanza del mal
que la del bien para mi pobre prima, que se encontraba ajena a todas
aquellas polémicas, que habían dejado a mi madre, a los pies de los caballos.
Mi madre, era, muy terca, pero era tal su desencanto en aquella lucha sin
cuartel, que se estaba planteando, tirar la toalla, y dejar a mi prima que
corriera la suerte que tuviera que correr junto a sus padres; ya que se habían
empecinado en no separarse de ella en lo bueno ni en lo malo.
Pasó muy poco tiempo, mi tío, enfermo de repente; Petra, su mujer, no estaba
capacitada para cuidarlo a él ni a su niña y la familia, tuvo que hacer frente
a este nuevo infortunio, que se había instalado en la casa de estos pobres; mi tío, falleció en pocos meses, dejando huérfana y víuda
en lamentables condiciones.
Mi madre, agarró la toalla con fuerza y otra vez empezó con la misma cantinela de la necesaria marcha a Madrid de la nena pero su madre, se
atrincheró si cabe con más fuerzas que nunca, en sus delirantes deseos de
no separarse de la hija, aunque la fuese la vida en ello.
Después de estos últimos avatares, mi madre, arrojó la toalla bien lejos,
y ya no volvió a cogerla nunca más;  porque no volvería a darse de bruces
contra el muro inquebrantable de una madre cegada por un amor egoista
que no  dejaba ver, la azarosa vida que amenazaba a su hija, en el devenir
de los tiempos; ella, la quería, tanto como su madre, desde el primer 
momento que la cogió en sus brazos para llevarla a Madrid, y la dolía en el 
alma pensar en la mala vida que llevaría, si no salía de aquel pueblo.
Fueron muchas las veces que furtivamente las lágrimas,  afloraron a los ojos
de mi madre, por lo que pudo haber hecho y no hizo para que mi prima tuviera  un ramillete de estupendas oportunidades.
En muy pocos años, la vida en mi casa dió un vuelco tenebroso ya que mi
padre contrajo una cruel meningitis que acabó con su vida en un mes y una
semana, y mi familia para poder sobrevivir, tuvo que trasladarse a Madrid a
vivir en una pequeña chabola de ocho metros cuadrados, que compartíamos
mi madre mi hermano y yo. Con toda clase de problemas a cuestas, mi  
madre, ya, había dejado el tesón que tanto tiempo la había traído de cabeza 
 aunque en su corazón estaba latente el amor que sentía por su  pequeña Leandra.
Petra y la niña, empezaron así, una azarosa existencia en aquel apartado
pueblo carente de toda oportunidad, para las personas como ellas.
Pero era, la supervivencia, pisándolas los talones, la que llamaba a su puerta
La capacidad, de Petra, daba para poco más,  que, mal barrer y fregar; pero,
eso si, acarreaba cántaros de agua con bastante soltura y con estos trabajos
y su niña de la mano para realizarlos, pasaba infinidad de horas, hasta ganarse un exiguo jornal, que escasamente las daba para el sustento diario;
mas... ella, poseía, una honradez prístina, que nunca se vió empañada aunque tuviera que pasar, por muy malos tragos y que los pasó en abundancia;  pero se las ingeniaba, de forma muy sutil para dar lástima, y
conseguía dignamente salir adelante.
En aquellos tiempos, las autoridades, no se preocupaban de si los niños 
iban o no a la escuela; Leandra, casi no fue nunca; en la  agenda de su madre, sólo constaba,  la rutina del día a día, con su niña de la mano, 
acarreando agua, barriendo corrales y ni una sola anotación, que la hiciera 
pensar en el aprendizaje necesario para su hija, llevándola a clase a diario. 
! Qué podía pensar ella, que no había visto una letra en su penosa vida !.
Leandra, pasó su infancia, aprendiendo en las fuentes de sabiduría, que la 
proporcionaba su abnegada madre, accedió a la misma profesión que ella,
cuando la llegó la adolescencia ayudando a su madre con los cántaros, las
escobas y las muy altas calificaciones, en las lides, de la mendicidad.
La vida, de estas dos menesterosas mujeres, fue, muy dura pero a la vez
digna y honesta, ya que nadie profirió ninguna maledicencia en contra de
sus comportamientos, si no todo lo contrario allí, por donde pasaban con su
halo de candor, inducían a la compasión y a la misericordia, de lo que ellas,
tenían para dar y dejar, siendo dos inmaculadas almas.
Y con este constructivo comportamiento, Leandra, se iba haciendo grande y
llegó a la edad de merecer, viéndose inmersa, en el carrusel de los amoríos
que llamaron a la puerta de su corazón y se hizo novia de un muchacho 
forastero de aquellos alrededores; al parecer,  era buen chico, espabilado y
trabajador, que no le importó  para nada la discapacidad, que ella arrastraba 
 Pasado el periodo aconsejable de noviazgo, mi prima, vió su
sueño materializado convirtiéndose, en una mujer casada y querida, por un
hombre sin tara alguna, al que no le importaban sus dificultades físicas.
Pasado un tiempo, los buenos augurios, hicieron su presencia en el hogar de mi prima, al anunciarse que había quedado embarazada; todo,transcurría con la debida normalidad y llegó la hora gozosa del feliz alumbramiento, con
la llegada de una preciosa niña.
La pareja, vivía tiempos felices con la crianza de su retoño, que no daba
 ningún problema  ya que era una niña con una salud de hierro; la abuela Petra, también estaba henchida  por la dicha que la producía tener, aquella
nieta revoltosa  y repizpoleta que no paraba de alborotar con su risa y 
algazara, ganándose la simpatía de todo el que pasaba por su lado, que se
 veía obligado a hacerle alguna carantoña.
Tres años mas tarde, la familia se vió aumentada con el nacimiento de otra
pequeñaja alborotadora y sana como un roble,  que haría las delicias de 
toda la familia y mucho más de la hermana mayor,  ya que sería para ella una compañera de juegos y a la vez, se convertiría en su cuidadora.
Mas... la felicidad a veces llega a ser tan volatil, que en un segundo, se pasa de la risa al  llanto y eso fue, lo que sucedió en la familia de mi prima  
en unos pocos años; que el amor, saltó por los aires y Leandra, se vio 
separada con dos niñas y una madre de las que cuidar, con un mezquino 
salario al que  se vería obligada a recurrir de nuevo, echando mano de la 
escoba y el cántaro como tiempo atrás hiciera; también tendría que agarrarse 
a las artimañas que aprendió de su madre, para que las buenas personas la 
 ayudaran a salir de aquel siniestro atolladero en el que se  hallaba hundida
 de lleno ya que su marido, las había abandonado a las tres a su suerte, sin pasarlas ni una mísera peseta.
A trancas y barrancas, iban saliendo adelante en aquel devenir de estrechez
con más faltas que sobras un día si y otro también; pero no tardando mucho,
el pueblo, fue cambiando con los nuevos tiempos y el ayuntamiento, en lo
social, la consiguió una paga a Petra, que aunque pequeña sería un gran
asidero para que las cuatro menesterosas mujeres vieran dulcificarse las
innumerables angustias que las atenazaban, en el día a día de su infeliz
subsistencia.
Leandra, pasó varios años de penurias y desdichas, criando a sus hijas,
cuidando de su madre y a la vez haciendo el penoso trabajo que la daba
para malvivir y haciendo uso de la mendicidad, en los círculos cercanos donde se desarrollaban sus míseros trabajos.
Mas otra vez, volvió a sentir como se despejaban los negros nubarrones en
torno a su precaria existencia y brilló un nuevo cielo azul renovado para ella,
al conocer a otro hombre, con el que formó un hogar, en el que las carencias
ya no iban a tener cabida, puesto que su compañero era un trabajador nato
y nunca más las  faltaría el sustento diario.
Pasó muy poco tiempo y la fertilidad de mi prima, se hizo otra vez patente
con la llegada de un nuevo fruto, que esta vez sería un fortachón muchachito
llenando de alborozo a la familia, ya que contaban con cuatro mujeres en la
casa frente a un sólo varón.
La reciente madre, estaba siendo feliz en la bonanza viendo crecer a sus hijos, cuidando de su madre y de su marido que lo era a pesar de no 
haberse casado en segundas nupcias.
Pero, la vida, iba a dar otro revés en el devenir de esta singular familia, con
el fallecimiento de la abuela Petra, que a pesar de su mucha edad seguía
siendo el pilar que sostenía las maltrechas piernas de la hija que nunca dejó,
para que se la criaran,  ya que juntas, habían superado, las pocas dichas y las muchas adversidades en el periplo recorrido por ambas, durante la friolera de  cincuenta años apoyándose la una en la otra.
Estoy muy triste, me dijo hace unos días, por la muerte de mi madre; no se
vivir sin ella, es, como si me hubieran arrancado un cacho de mi cuerpo y no
se como ponerlo de nuevo en marcha; han sido tantos años pegadas la una
a la otra uncidas en un mismo yugo arando la misma tierra...Me falta mi otra
mitad; me balbuceaba con una sinceridad lagrimosa, que hizo me resbalaran
las mías. Y una vez nos secamos el aguilla de los ojos, me contó con 
regocijo que en breve, iba a ser abuela, que estaba muy feliz con el
acontecimiento, que sus dos hijas, estaban trabajando en Málaga y que el 
pequeño que tiene trece,  años estudia interno  fuera del pueblo porque es, un poco vaguillo...
Hará unos dos años, tuve el placer de conocer a las dos hijas de mi prima y
quedé maravillada con su hermosura, sus modales y el trato tan exquisito
que mostraron ante mi. A veces, los hijos, en nada se parecen a los padres...
 Con esto, no quiero decir, que mi prima, sea mala ni nada de eso; solamente
que es distinta a los demás. Con la idiosincrasia particular que la caracteriza.
En estos días, he podido saber hablando con ella. Que no carece de nada
sin nadar en la bundancia; comparte su vida, desde hace quince años, con
un hombre, que la quiere con sus pros y sus contras.Tene unos  buenos 
hijos, un futuro nieto ó nieta, casa, coche, y ... hasta un huerto.
Por eso, la alegría que me embarga al terminar esta historia. No puede ser,
más placentera ya que he comprobado con mis propios ojos la felicidad de 
mi prima, que se la merece y muy mucho.Y la mía, se ve agrandada por estos
acontecimientos, que ya era hora, que prevaleciera la luz sobre las sombras.
La felicidad, es un bien efímero. Espero que la tengas para siempre.
 
Autora: ( Bruma )


Reservados los derechos legales.

No hay comentarios: